Las corporaciones invierten millones en investigaciones que intentan hallar la fórmula de la personalidad o estilo de liderazgo que haga mejor las cosas: sean los mejores negociadores, los mejores líderes, en fin, el perfil de los mejores empleados, siempre con la esperanza de que éstos, una vez detectados, les puedan brindar el mejor retorno de su inversión. En ese sentido, casi siempre optan por ver el lado técnico del empleado, recompensar al empleado que se queda tiempo adicional en horas fuera de oficina o ascender a aquel que se llena de títulos y devora bibliotecas para saberlo todo, suponiendo que este es el perfil que puede lograr éxitos para su empresa.
Actualmente, ya los tiempos y el pensamiento han cambiado. Estos cambios se han dado gracias a importantes descubrimientos llevados a cabo por psicólogos tales como Daniel Goleman, quien, entre otras cosas, descubrió que más importante que las habilidades cognitivas y técnicas de las personas es la inteligencia emocional, la cual debe desarrollarse al nivel más alto posible, para brindar grandes gratificaciones. Desde esa perspectiva, para sacar adelante una negociación se requiere que los jugadores, por llamarlos de algún modo, posean ciertas facultades especiales, las cuales pasan por tener la capacidad de leer a los demás, cuáles son sus intereses y cómo defienden dichos intereses, muchas veces adoptando ciertas posiciones, otras veces siendo bastante flexibles, pero finalmente cada uno de ellos debe tener claro cuál es el punto máximo hasta donde pueden ceder, después de eso, dejará de ser un ganar-ganar, para adoptar otras figuras menos ventajosas.
Como se ha dicho antes, la capacidad de leer a los demás es clave; para ello es necesario poseer la suficiente experiencia que permita hilvanar los hilos de una conversación, tomando para ello como herramienta, el manejo de la relación interpersonal de manera inteligente y provechosa. Esto es conocido como inteligencia emocional, la cual es la capacidad de identificar y manejar las emociones propias y las ajenas y, al lograr este reconocimiento, es posible motivar y empatizar con quien nos enfrentamos, pudiendo de esta manera, hacerle cambiar sus decisiones inicialmente definidas.
El negociador que posea inteligencia emocional ya tendrá ventajas sobre su contrincante, pues casi poseerá el don de leer los pensamientos de la otra persona, además de tener la capacidad de separar perspectivas personales de las estrictamente vinculadas al negocio, pudiendo motivar y encaminar las relaciones con los demás involucrados, pero además consigo mismo. La inteligencia emocional permite que las personas potencien aspectos profesionales y personales, pudiendo esto generar un mejor desempeño laboral, así como la adquisición de habilidades especiales que les permitan obtener un óptimo desempeño tanto a nivel personal como intelectual.
Las habilidades intelectuales son de tipo cognitivo o emocional, pero ambas se combinan en la negociación para proveer herramientas de negociación que impacten en el desempeño. Con las habilidades cognitivas se puede lograr un excelente nivel de análisis y un mapa integral del tema en negociación, así como de un sinfín de opciones a negociar, junto a la capacidad lingüística para influir adecuadamente en la negociación, así como del pensamiento conceptual y de la adecuada visión integral y sistémica de los componentes involucrados en la negociación.
Con las habilidades emocionales el negociador puede aprovechar al máximo sus capacidades de comunicación, se nutre de confianza y convicción (requisito básico para iniciar una negociación), goza de integridad y autocontrol (capacidad de mantener el control a pesar de las presiones externas), saca provecho del autoconocimiento de sí mismo (uso de sus fortalezas y ocultamiento de sus debilidades). La conciencia de estas fortalezas y debilidades le permitirán finalmente adoptar una postura de aprendizaje ante experiencias favorables y desfavorables.
Se busca también, con las habilidades emocionales, hacer uso de la tenacidad y perseverancia para intentar conseguir la negociación con los mayores beneficios posibles, así como ejercer su influencia y liderazgo. Adicionalmente, las habilidades emocionales nos permiten entender el sentir y actuar de las otras personas, escuchar sus puntos de vista, y reconocer las señales emocionales que destilan; la falta de estas habilidades afectará seriamente la efectividad que se pudiera perseguir en una negociación, entendiendo que el objetivo sobre todo debe ser llegar a un esquema donde se cristalicen negociaciones de éxito para ambas partes.
La inteligencia emocional abarca también aspectos intrapersonales del negociador, que es el estado de conciencia emocional de uno mismo, que incluye la capacidad de ser flexible a los cambios y la apertura a la creatividad, la motivación, la iniciativa y la fe para la consecución de los objetivos. Pero además, la inteligencia emocional recoge aspectos interpersonales, es decir, traslada las emociones hacia los demás, ejecutando la empatía, comprende las inquietudes, para luego influenciarlos a través de una adecuada comunicación, y estableciendo vínculos de apoyo y cooperación, pudiendo de esta manera lograr rendimientos sobresalientes.
Existen negociaciones que, por su naturaleza misma, son complejas de abordar. Es en este tipo de situaciones que se desata el estrés, donde la presión llega a ser, inclusive, un peligro tanto físico como mental. El proceso mismo de la negociación puede originar que una de las partes negociadoras termine cediendo terreno víctima de este estrés. Para controlar estos extremos es cuando, una vez más, toma fuerza la inteligencia emocional, la cual debe permitir que los negociadores actúen de manera templada, con razonamientos acertados y premeditados.
En estos casos es importante apelar a recursos tales como la flexibilidad a los cambios drásticos, donde se tienen que evaluar nuevas propuestas. El no proceder de esta manera obstaculizará las negociaciones y cerrará las puertas al diálogo. Se tiene que poseer entonces, la iniciativa para encontrarle otros caminos a la negociación, inclusive desde caminos antes no frecuentados, para ello se debe estar alerta a las ocasiones que pudieran presentarse. Y en sentido contrario, carecer de iniciativa cierra las puertas de las oportunidades y abre las de las inseguridades.
La inteligencia emocional permite que las negociaciones tengan una orientación al logro de objetivos, lo cual funciona como un estímulo y reto a la vez para encarar negociaciones difíciles. Si un negociador pierde el estímulo y la motivación, tendrá escasas posibilidades de cerrar un negocio ventajoso para él. El buen negociador disfruta cada momento de negociación, se desconecta por completo de los demás temas y se embarca en la aventura de la negociación, siempre con la consigna de lograr el mejor trato posible.
Casi siempre se ha sostenido que la inteligencia emocional es mucho más importante que el cociente intelectual, lo cual es muy controversial pues en las empresas siempre se mide a las personas en función a su cociente intelectual. Goleman afirmaba: “Resulta paradójico que el CI sea tan mal predictor del éxito entre el colectivo de personas lo bastante inteligentes como para desenvolverse bien en los campos cognitivamente más exigentes”.
El aspecto emocional es un punto de quiebre, que, bien utilizado, permite, como ya se mencionó antes, lograr desempeños sobresalientes en los negociadores. Aprender la inteligencia emocional involucra un cambio neurológico donde se pretende cambiar los hábitos actuales por otros más idóneos. Las normas de negociación evolucionan y se perfeccionan acorde a cómo va evolucionando el mundo también. En ese sentido, el indicador de calidad de las personas ya no solamente es cuán inteligente pueda demostrar alguien que es, sino el desempeño y desenvolvimiento que demuestra en sus relaciones sociales, mostrando cuán bien maneja la inteligencia emocional.
Son, precisamente, las habilidades emocionales el punto de partida para el éxito en todos los ámbitos (personal, profesional, etc.), luego el pensamiento y el corazón se unen en sinergia para esbozar argumentos poderosos y convincentes que definitivamente poseen todos los ingredientes requeridos para defender intereses, con lo cual se demuestra una vez más que la excelencia se logra preferentemente por el camino emocional, antes que por el de las capacidades técnicas o cognitivas, dándose esto por cierto inclusive en ambientes mayormente técnicos, donde la decisión analítica es clave, la cual no funcionaría sin el aspecto emocional, muchas veces conocido como corazonada o intuición. La justificación de que lo emocional es más importante viene desde orígenes evolutivos, donde las decisiones eran viscerales, desde antes conocida como sabiduría o experiencia, mucho antes que el lado racional se desarrolle. Es decir, cuando nos encontramos ante una situación que ya hemos vivido antes, para la cual ya hemos esbozado recursos emocionales, entonces afrontamos dicha situación de una manera más natural, sin sentir amenazas ni presiones, se aborda cada vez con mayor serenidad y tranquilidad, e inclusive con una dosis de emocionalidad y energía.
Para afrontar exitosamente una negociación, en la cual intervenga la inteligencia emocional, se hace necesaria la capacidad de inspirar plena confianza en los demás y de establecer afinidades hacia los demás, a veces llamados rapport, lo cual incluye tener el talento de saber escuchar, de saber persuadir en base a argumentos muy bien sustentados, y saber aconsejar, esto último requiere haberse ganado la confianza de todos, para ello uno mismo debe haberse liberado de complejos internos que sólo distraen y desvían de los puntos centrales de atención. De esto se desprende que, una cualidad muy valorada es la capacidad de mantener la concentración y extraer la información esencial, la cual puede estar escondida en un conglomerado de información, entonces, es vital poseer aquella actitud meticulosa que permita concentrarse en lo realmente importante.
El no poseer la inteligencia emocional requerida en el nivel jerárquico que se asigne a los empleados, se delatará cuando muestre un nivel de incompetencia tal para ejecutar funciones para las que no estará preparado, tal como sentenció Stephen Rosen del MIT respecto a los científicos y los técnicos: “Cuanto más inteligentes son, mayor es también su incompetencia emocional y social. Es como si el músculo intelectual se hubiera fortalecido a expensas de los músculos de las competencias personal y social”.


